La entrada de hoy es una historia alegre y triste a la vez. Alegre, porque vamos a mostrar un extenso texto de Ander Izagirre que hace unos días fue merecedor del primer premio del "Concurso de relatos viajeros Mikel Essery". Un texto maravilloso. Triste, porque ese texto nunca pudo publicarse en un diario. Ninguno lo quiso. No lo quiso tan largo. Sólo El Diario Vasco le dio salida en forma de dos reportajes.
El tema de fondo nos parece importante. Si más de una vez hemos escuchado en una Redacción eso tan poco periodístico de que "el día a día se come los buenos temas", tristeza nos produce también que los periódicos no se atrevan a publicar textos que realmente valen la pena. Poner como excusa la extensión no nos parece un buen argumento. Es cuestión de querer, de creer. ¿Cuántas veces hemos visto listados de nombres que ocupan dos, tres, cuatro páginas? ¿Cuántas veces hemos visto sentencias eternas? Si queremos que los diarios se compren, vale la pena apostar por los buenos textos aunque esas historias sean largas. Suele suceder que, si son largas, es porque la historia merece ser contada así. Además, las series, la entrega por capítulos... son un estupendo comodín.
Tras el desahogo, el texto.
Quien quiera leer más, puede descargarselo aquí.
Le hemos pedido a Ander su punto de vista sobre la idea de fondo de esta entrada. Y nos ha regalado esta larga reflexión: La ha titulado "Cuanto menos publico, más me premian".
"En el verano de 2009 publiqué dos textos breves sobre Groenlandia en El Diario Vasco. Después seguí escribiendo hasta completar un reportaje largo que se titula “Groenlandia cruje”.
Groenlandia me parece una de las sociedades más interesantes en este momento: los inuit orientales que ahora tienen 50 o 60 años nacieron en una cultura prehistórica (no es una manera de hablar: eran cazadores y pescadores nómadas, a muchos sus madres los parieron sobre alguna roca durante las migraciones anuales, pasaron la juventud viajando en trineo para cazar focas a arponazos); el Gobierno danés les obligó –con buena intención y consecuencias desastrosas— a instalarse en asentamientos permanentes y ahora viven con sus hijos y nietos en un mundo de casas prefabricadas, calefacción de gasóleo, muebles suecos, motos de nieve, subsidios, supermercados, relojes, televisión por satélite, internet y turismo. Han pasado de la prehistoria a la globalización en tres generaciones y el coste de semejante salto ha sido brutal (desgarros sociales, tasas inverosímiles de alcoholismo, violencia, suicidios…).
Los jóvenes luchan por fundar una sociedad del siglo XXI en el entorno más hostil del planeta y dentro de pocos años conseguirán la independencia de manera pacífica, apoyada en los ingresos multimillonarios del petróleo, con las mayores reservas mundiales sólo detrás de las saudíes. El deshielo ártico, que acabará definitivamente con el modo de vida tradicional, permitirá extraer el crudo y financiar la independencia de Groenlandia. Así pues, asistimos a la fundación de un país moderno en un mundo de hielo.
No he conseguido que ningún diario quiera publicar esta historia (matizaré: no he conseguido que ninguno quiera pagarla, aunque sea cuatro duros, porque sí que me han propuesto publicarla gratis, como ya me ha ocurrido varias veces con otros temas en los últimos meses).
Cada vez me cuesta más publicar este tipo de reportajes viajeros en los diarios tradicionales, mucho más que hace un par de años, y como no creía que un comando inuit empezara a poner bombas en Copenhague, lo cual quizá me daría alguna oportunidad de venderlo, decidí presentar el texto a un concurso. Lo hago cada vez más a menudo, para intentar completar el sueldo. Y me acaban de dar el premio Essery de relatos viajeros por “Groenlandia cruje”.
El fenómeno es curioso: cuanto menos publico, más me premian. Me acaba de pasar con “Groenlandia cruje”. También me pasó con Mineritos, el reportaje sobre los niños mineros bolivianos, hace un año. Los diarios tradicionales, en algunos de los cuales yo había publicado con frecuencia, no quisieron sacarlo. Alguno llegó a decirme que era un tema demasiado duro. Otros decidieron que no iban a pagar más reportajes de periodistas autónomos. Soy consciente de que pasan por una época de presupuestos ajustados y están en su perfecto derecho de apostar por unas cosas o por otras. No entiendo algunas decisiones pero es su negocio, no el mío, así que nada de quejas.
Lo que veo cada vez más claro es que al periodista autónomo se le van abriendo nuevas vías, aún verdes, insuficientes pero muy interesantes, al margen de los medios tradicionales, de los diarios de siempre. El caso de “Mineritos” me sirve de ejemplo: después de dos meses de portazos, mareos y disgustos, lo publiqué en algunos medios pequeños, pobres pero honrados, que pagaron los cuatro euros que podían pagar y me dejaron publicarlo en otros medios que no les hacían competencia (uno en euskera, otro en castellano). Una vez publicado, empecé a divulgarlo en internet. En mi blog y en medios digitales.
No vi un euro, claro, pero la historia de los niños mineros bolivianos es tan potente que poco a poco se formó una bola de nieve de blogs, tuiteos, feisbuqueos, medios digitales. Consiguió una divulgación notable. Hubo momentos en que el número de lectores de mi blog se multiplicó por 25. ¿De verdad el tema no interesa? Y de pronto empecé a cobrar: me llamaron para dar charlas sobre el tema, Manos Unidas premió el reportaje y entonces apareció un diario de tirada nacional, que lo había rechazado un año antes, me lo compró y lo publicó a cuatro páginas. Por el camino, la divulgación gratuita de mi trabajo en internet consiguió que una revista boliviana se interesara y me comprara varios reportajes, y que otro medio italiano y otro mexicano vayan a hacerlo pronto. Pagan poco pero son varios medios pagando poco: así podré cubrir los gastos del viaje a Bolivia.
A mí me gustaría mucho seguir publicando en los diarios, en aquellos en los que antes escribía con frecuencia, cuanto más grandes mejor. Pero veo que no tiene sentido quedarse sentado esperándolos. Toca espabilarse, cambiar algunas ideas, no perder demasiado tiempo tocando las puertas grandes y seguir currando, porque veo cada vez más claro que las historias buenas acaban abriéndose camino.
Ese es el mejor efecto de premios como el que le han dado a “Groenlandia cruje”: confirman que la historia merece la pena y ayudan a divulgarla.
Y si anda por ahí algún editor que quiera publicar el reportaje, que mande una señal de humo".
Groenlandia me parece una de las sociedades más interesantes en este momento: los inuit orientales que ahora tienen 50 o 60 años nacieron en una cultura prehistórica (no es una manera de hablar: eran cazadores y pescadores nómadas, a muchos sus madres los parieron sobre alguna roca durante las migraciones anuales, pasaron la juventud viajando en trineo para cazar focas a arponazos); el Gobierno danés les obligó –con buena intención y consecuencias desastrosas— a instalarse en asentamientos permanentes y ahora viven con sus hijos y nietos en un mundo de casas prefabricadas, calefacción de gasóleo, muebles suecos, motos de nieve, subsidios, supermercados, relojes, televisión por satélite, internet y turismo. Han pasado de la prehistoria a la globalización en tres generaciones y el coste de semejante salto ha sido brutal (desgarros sociales, tasas inverosímiles de alcoholismo, violencia, suicidios…).
Los jóvenes luchan por fundar una sociedad del siglo XXI en el entorno más hostil del planeta y dentro de pocos años conseguirán la independencia de manera pacífica, apoyada en los ingresos multimillonarios del petróleo, con las mayores reservas mundiales sólo detrás de las saudíes. El deshielo ártico, que acabará definitivamente con el modo de vida tradicional, permitirá extraer el crudo y financiar la independencia de Groenlandia. Así pues, asistimos a la fundación de un país moderno en un mundo de hielo.
No he conseguido que ningún diario quiera publicar esta historia (matizaré: no he conseguido que ninguno quiera pagarla, aunque sea cuatro duros, porque sí que me han propuesto publicarla gratis, como ya me ha ocurrido varias veces con otros temas en los últimos meses).
Cada vez me cuesta más publicar este tipo de reportajes viajeros en los diarios tradicionales, mucho más que hace un par de años, y como no creía que un comando inuit empezara a poner bombas en Copenhague, lo cual quizá me daría alguna oportunidad de venderlo, decidí presentar el texto a un concurso. Lo hago cada vez más a menudo, para intentar completar el sueldo. Y me acaban de dar el premio Essery de relatos viajeros por “Groenlandia cruje”.
El fenómeno es curioso: cuanto menos publico, más me premian. Me acaba de pasar con “Groenlandia cruje”. También me pasó con Mineritos, el reportaje sobre los niños mineros bolivianos, hace un año. Los diarios tradicionales, en algunos de los cuales yo había publicado con frecuencia, no quisieron sacarlo. Alguno llegó a decirme que era un tema demasiado duro. Otros decidieron que no iban a pagar más reportajes de periodistas autónomos. Soy consciente de que pasan por una época de presupuestos ajustados y están en su perfecto derecho de apostar por unas cosas o por otras. No entiendo algunas decisiones pero es su negocio, no el mío, así que nada de quejas.
Lo que veo cada vez más claro es que al periodista autónomo se le van abriendo nuevas vías, aún verdes, insuficientes pero muy interesantes, al margen de los medios tradicionales, de los diarios de siempre. El caso de “Mineritos” me sirve de ejemplo: después de dos meses de portazos, mareos y disgustos, lo publiqué en algunos medios pequeños, pobres pero honrados, que pagaron los cuatro euros que podían pagar y me dejaron publicarlo en otros medios que no les hacían competencia (uno en euskera, otro en castellano). Una vez publicado, empecé a divulgarlo en internet. En mi blog y en medios digitales.
No vi un euro, claro, pero la historia de los niños mineros bolivianos es tan potente que poco a poco se formó una bola de nieve de blogs, tuiteos, feisbuqueos, medios digitales. Consiguió una divulgación notable. Hubo momentos en que el número de lectores de mi blog se multiplicó por 25. ¿De verdad el tema no interesa? Y de pronto empecé a cobrar: me llamaron para dar charlas sobre el tema, Manos Unidas premió el reportaje y entonces apareció un diario de tirada nacional, que lo había rechazado un año antes, me lo compró y lo publicó a cuatro páginas. Por el camino, la divulgación gratuita de mi trabajo en internet consiguió que una revista boliviana se interesara y me comprara varios reportajes, y que otro medio italiano y otro mexicano vayan a hacerlo pronto. Pagan poco pero son varios medios pagando poco: así podré cubrir los gastos del viaje a Bolivia.
A mí me gustaría mucho seguir publicando en los diarios, en aquellos en los que antes escribía con frecuencia, cuanto más grandes mejor. Pero veo que no tiene sentido quedarse sentado esperándolos. Toca espabilarse, cambiar algunas ideas, no perder demasiado tiempo tocando las puertas grandes y seguir currando, porque veo cada vez más claro que las historias buenas acaban abriéndose camino.
Ese es el mejor efecto de premios como el que le han dado a “Groenlandia cruje”: confirman que la historia merece la pena y ayudan a divulgarla.
Y si anda por ahí algún editor que quiera publicar el reportaje, que mande una señal de humo".
2 comentarios:
Muchas gracias, Miguel Ángel. Sólo una cosa: si el problema para publicarlo es la longitud, me parece razonable que un diario no quiera sacar el texto íntegro, es muy largo (aunque también están las revistas). Pero no es nada difícil convertir este texto largo en un reportaje de longitud menor. Lo que no sé es si el tema interesa o si hay alguien dispuesto a pagar cuatro pelas por él.
Un poco más de luz para todos. ¡Gracias (coma) Ander!
;)
P. Z.
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