Queremos que esta entrada sea nuestro regalo de Reyes para los seguidores del blog. Le pedimos a Javier Errea que dedicara un tiempo a pensar en "lo mejor del periodismo en 2012". Casi nada. Y lo que ha pensado es sorprendente, fascinante, inteligente. Este es su relato:
En diseño gráfico existen los imposibles. El logo de Renault es un imposible. Los imposibles son figuras fascinantes porque no tienen solución. Tampoco tiene solución el imposible que me pide Miguel Ángel Jimeno: escoger lo mejor de la cosecha periodística de 2012. Uno lee lo que lee, ve lo que ve, y no más. Muy poca cosa. Decir que algo es lo mejor de 2012 cuando apenas ha leído a fondo dos o tres diarios españoles y hojeado unas decenas más de otros países suena frívolo o presuntuoso.
En diseño gráfico existen los imposibles. El logo de Renault es un imposible. Los imposibles son figuras fascinantes porque no tienen solución. Tampoco tiene solución el imposible que me pide Miguel Ángel Jimeno: escoger lo mejor de la cosecha periodística de 2012. Uno lee lo que lee, ve lo que ve, y no más. Muy poca cosa. Decir que algo es lo mejor de 2012 cuando apenas ha leído a fondo dos o tres diarios españoles y hojeado unas decenas más de otros países suena frívolo o presuntuoso.
A pesar de eso, acepto el reto. Porque lo mejor que he leído en 2012 no lo he leído. Imposible por imposible.
Lo mejor de 2012 podían haber sido las entrevistas dibujadas de Liniers en La Nación de Buenos Aires. O la inigualable serie de columnas dominicales de Jaime Serra en La Vanguardia, que en realidad arranca en 2010. O la sensata convergencia divergente que Benjamín Morales ha puesto en marcha en la redacción única de El Nuevo Día y Primera Hora, en Puerto Rico. O el culebrón Cervera que destapó en diciembre Diario de Navarra, tan inverosímil que incluso atrapó durante días la atención de mi mujer, normalmente distante y poco sensible al politiqueo.
Lo mejor de 2012 pudo ser también la historia del claustro ¿auténtico o falso? de Cadaqués, espléndidamente tratada en El País en verano. O el hallazgo del triángulo con el que convocan cada día a tapa en la redacción vieja de La Nación después de que se hubiera extraviado unas horas antes y provocado un pavoroso sudor frío, el que uno siente cuando cae en la cuenta de que ha perdido las referencias, o los códigos, que dirían allá. Eso fue a finales de noviembre, si no me han informado mal. O, sobre todo, la investigación de David Barboza sobre la corrupción del primer ministro chino, Wen Jiabao, publicada en octubre en The New York Times: "periodismo que cambia el mundo", como titulaba en octubre Moises Naïm, o "uno de los hitos periodísticos de los últimas décadas", como me insistía admirado, con su proverbial olfato, Cristián Bofill, director de La Tercera en Chile. Escribió entonces Naïm: "El buen periodismo vale... y cuesta. El gran artículo de Barboza no hubiese podido ser elaborado por un bloguero o por una organización periodística que se limita a agregar —es decir, reproducir en la Red— el contenido de otros. Las redes sociales tampoco. El artículo requirió de la organización los recursos financieros y los altos estándares profesionales de The New York Times. Todo esto es muy costoso. Pero es lo que produce periodismo con valor social, y a nivel mundial. Internet y las tendencias que actualmente socavan la viabilidad financiera de los grandes medios de comunicación tienen mucho de imparable. Pero artículos como éste de The New York Times ilustran de forma contundente cuánto nos empobreceríamos como humanidad si desaparecen las organizaciones capaces de producir contenidos objetivos, independientes y de alta calidad".
Pero lo mejor de 2012, para mí, periodísticamente hablando, vio la luz el 23 de septiembre, a las 20.45. No se publicó en un diario: se proyectó. Se estrenó en el Festival de Cine San Sebastián. Es un documental. Se titula Pura Vida / The Ridge. Dura 90 minutos. Lo firman Pablo Iraburu y Migueltxo Molina.
Es la crónica de un intento de rescate (del 20 al 23 de mayo de 2008) sin precedentes en la historia del himalayismo: el del montañero navarro Iñaki Ochoa de Olza, fallecido finalmente a 7.400 metros en la cara sur del Annapurna, la montaña más peligrosa del planeta. Es el relato —sin voz en off— que hacen cuatro años después los doce protagonistas de aquella locura de amistad, entre ellos algunos de los mejores montañeros del mundo: el dentista rumano Horia Colibasanu, que se negó a dejar a Iñaki solo; el carpintero suizo Ueli Steck, que subió como un ciclón, relevó a Colibasanu y vio morir a Iñaki; el kazajo Denis Urubko, oficial del ejército de su país; el ingeniero ruso Alexei Bolotov; el también ruso y jubilado Sergei Bogomolov; el médico polaco Robert Szymzak; el fotógrafo Alex Gavan y el geólogo Mihnea Radulescu, ambos rumanos; el canadiense Don Bowie; la enfermera canadiense Nancy Morin; y los nepalíes Nima Nuru y Mingma, sherpa y cocinero, respectivamente, viejos amigos de otras escaladas.
Hace frío todo el tiempo en Pura Vida, frío que hiela los huesos. "Viendo la pared que tengo detrás, se me encoje un poco el corazón", dice Iñaki mirando a cámara. Luego, enfoca a la cima del Annapurna. Por delante tiene el recorrido que va del campamento 3 al 4. Así arranca la película. Segundos después, vemos al propio Iñaki, a Bolotov y a Colibasanu en la tienda del campamento 4. Es de noche. Aguardan para atacar la cumbre. Tratan de reponer fuerzas. Tosen y escupen. Casi no pueden articular palabra por el cansancio y la altura. El rumano filma a sus dos compañeros, que yacen tumbados dentro del saco. "Así es la vida a 7.400 metros", se acierta a escuchar a Iñaki. Son sus últimas palabras.
Pura Vida es excepcional porque sus protagonistas lo son, porque muestra material inédito, porque es riguroso, porque técnicamente es impecable, porque disecciona recuerdos y convicciones sin adornos. Pura Vida es tan natural y directo que produce escalofríos. Como cuando Primo Levi o Imre Kertesz escriben sus crónicas de los campos de concentración nazis. Y por entre el frío uno aprende a sentir calor auténtico, sin aspavientos, y así vivir de la única manera posible.
Pura Vida es la mejor crónica de la mejor historia que yo he leído en años, la que más me ha conmovido. La llevo dentro, no consigo quitármela de encima. Con ella aprendí. Creo que me ha hecho mejor persona. Pura Vida es puro periodismo.
Lo mejor de 2012 pudo ser también la historia del claustro ¿auténtico o falso? de Cadaqués, espléndidamente tratada en El País en verano. O el hallazgo del triángulo con el que convocan cada día a tapa en la redacción vieja de La Nación después de que se hubiera extraviado unas horas antes y provocado un pavoroso sudor frío, el que uno siente cuando cae en la cuenta de que ha perdido las referencias, o los códigos, que dirían allá. Eso fue a finales de noviembre, si no me han informado mal. O, sobre todo, la investigación de David Barboza sobre la corrupción del primer ministro chino, Wen Jiabao, publicada en octubre en The New York Times: "periodismo que cambia el mundo", como titulaba en octubre Moises Naïm, o "uno de los hitos periodísticos de los últimas décadas", como me insistía admirado, con su proverbial olfato, Cristián Bofill, director de La Tercera en Chile. Escribió entonces Naïm: "El buen periodismo vale... y cuesta. El gran artículo de Barboza no hubiese podido ser elaborado por un bloguero o por una organización periodística que se limita a agregar —es decir, reproducir en la Red— el contenido de otros. Las redes sociales tampoco. El artículo requirió de la organización los recursos financieros y los altos estándares profesionales de The New York Times. Todo esto es muy costoso. Pero es lo que produce periodismo con valor social, y a nivel mundial. Internet y las tendencias que actualmente socavan la viabilidad financiera de los grandes medios de comunicación tienen mucho de imparable. Pero artículos como éste de The New York Times ilustran de forma contundente cuánto nos empobreceríamos como humanidad si desaparecen las organizaciones capaces de producir contenidos objetivos, independientes y de alta calidad".
Pero lo mejor de 2012, para mí, periodísticamente hablando, vio la luz el 23 de septiembre, a las 20.45. No se publicó en un diario: se proyectó. Se estrenó en el Festival de Cine San Sebastián. Es un documental. Se titula Pura Vida / The Ridge. Dura 90 minutos. Lo firman Pablo Iraburu y Migueltxo Molina.
Es la crónica de un intento de rescate (del 20 al 23 de mayo de 2008) sin precedentes en la historia del himalayismo: el del montañero navarro Iñaki Ochoa de Olza, fallecido finalmente a 7.400 metros en la cara sur del Annapurna, la montaña más peligrosa del planeta. Es el relato —sin voz en off— que hacen cuatro años después los doce protagonistas de aquella locura de amistad, entre ellos algunos de los mejores montañeros del mundo: el dentista rumano Horia Colibasanu, que se negó a dejar a Iñaki solo; el carpintero suizo Ueli Steck, que subió como un ciclón, relevó a Colibasanu y vio morir a Iñaki; el kazajo Denis Urubko, oficial del ejército de su país; el ingeniero ruso Alexei Bolotov; el también ruso y jubilado Sergei Bogomolov; el médico polaco Robert Szymzak; el fotógrafo Alex Gavan y el geólogo Mihnea Radulescu, ambos rumanos; el canadiense Don Bowie; la enfermera canadiense Nancy Morin; y los nepalíes Nima Nuru y Mingma, sherpa y cocinero, respectivamente, viejos amigos de otras escaladas.
Hace frío todo el tiempo en Pura Vida, frío que hiela los huesos. "Viendo la pared que tengo detrás, se me encoje un poco el corazón", dice Iñaki mirando a cámara. Luego, enfoca a la cima del Annapurna. Por delante tiene el recorrido que va del campamento 3 al 4. Así arranca la película. Segundos después, vemos al propio Iñaki, a Bolotov y a Colibasanu en la tienda del campamento 4. Es de noche. Aguardan para atacar la cumbre. Tratan de reponer fuerzas. Tosen y escupen. Casi no pueden articular palabra por el cansancio y la altura. El rumano filma a sus dos compañeros, que yacen tumbados dentro del saco. "Así es la vida a 7.400 metros", se acierta a escuchar a Iñaki. Son sus últimas palabras.
Pura Vida es excepcional porque sus protagonistas lo son, porque muestra material inédito, porque es riguroso, porque técnicamente es impecable, porque disecciona recuerdos y convicciones sin adornos. Pura Vida es tan natural y directo que produce escalofríos. Como cuando Primo Levi o Imre Kertesz escriben sus crónicas de los campos de concentración nazis. Y por entre el frío uno aprende a sentir calor auténtico, sin aspavientos, y así vivir de la única manera posible.
Pura Vida es la mejor crónica de la mejor historia que yo he leído en años, la que más me ha conmovido. La llevo dentro, no consigo quitármela de encima. Con ella aprendí. Creo que me ha hecho mejor persona. Pura Vida es puro periodismo.
2 comentarios:
Olvida Errea mencionar que ya había un libro escrito sobre el rescate, Los 14 de Iñaki, complementario con esa gran película. Llegué a el por casualidad y me parece una joya. Un saludo.
Dimas.
Yo la vi. Hay que verla. Una leccion de los protagonistas de que se tiene que hacer lo que se debe hacer.Un recuerdo de que la "esque-zofrenia" es la peor de las enfermedades que aqueja a la humanidad. Una leccion de los contadores de como contar algo no ya desde dentro, sino desde el interior.
Bravo
Publicar un comentario