sábado, 29 de mayo de 2010

Desembarco en la profesión (10)

Nuestro protagonista de hoy es el periodista argentino Mario Cippitelli. Nos escribió su historia al ver que comenzaba esta serie. Las fotos que acompañan sus líneas se las hemos "robado" de facebook.



Octubre de 1988 fue un mes particularmente especial para los chilenos. Agonizaba la dictadura de Augusto Pinochet, pero el régimen peleaba todavía con todas las fuerzas que estaban a su alcance. Un plebiscito convocado por el propio gobierno nacional proponía optar por el Si o el No a la continuidad de Pinochet. Un eventual triunfo le daría la posibilidad al veterano militar de seguir al frente de los destinos de Chile. Un No le pondría un freno a la ambición de poder y obligaría al gobierno de facto a convocar a elecciones libres y democráticas para elegir a sus gobernantes.

El mundo estaba expectante y Latinoamérica, decididamente volcada a conocer cuál sería el resultado de tal pulseada. ¿Seguiría el régimen o se impondría la libertad? Era la pregunta del millón que pocos se animaban a responder porque realmente era así. Pinochet desde aquel sangriento golpe contra Allende había gobernado a los chilenos sin sobresaltos y con mano firme. También había logrado construir un poder realmente fuerte como para aplastar a cualquiera que intentara interponerse en su camino. Eran unas elecciones apasionantes, tanto en términos políticos como históricos. En definitiva, se jugaba el destino de una Nación y se medía la suerte de una de las últimas dictaduras que todavía se mantenían en pie en Latinoamérica.

En ese entonces, yo cursaba el tercer año de Periodismo en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Comahue. Hacía apenas cinco años que había vuelto la Democracia a la Argentina y en la universidad no se hablaba de otra cosa que de libertades, política y gremialismo. Para quienes pasamos por la secundaria en plena dictadura militar era todo un fenómeno social. En cada pasillo de la facu se respiraba política. Había militancia a morir y las aguas se dividían entre peronistas y radicales, más una franja destacada que tenía el Partido Intransigente.

La verdad es que no recuerdo bien cómo surgió la idea, pero Óscar Cares Leiva, un chileno que de chico había venido con su familia, escapando del golpe pinochetista, fue el que lanzó la propuesta. “¿Y si viajamos a Chile y cubrimos el plebiscito?” Toda la familia de Óscar tenía origen comunista. De aquellos comunistas románticos que admiraban a la entonces Unión Soviética. Óscar tenía unos tíos en Santiago de Chile que, pese a las persecuciones, todavía residían en el lugar. El objetivo era conseguir fondos para costearnos el viaje y tener unos pesos para poder vivir en la casa de los tíos durante el tiempo que fuera necesario hasta que se llevara a cabo el plebiscito.


La idea prendió enseguida. Pero era necesario saber cuántos cruzaríamos la frontera para empezar a buscar la plata que hacía falta. Como el motivo del viaje era realizar una “cobertura” periodística completa era necesario contar con todos los medios para poder llevarla adelante. Se necesitaba un cronista, un fotógrafo, un camarógrafo y un periodista que realizara entrevistas en “audio” para completar el trabajo. Leonardo Petricio, Óscar Cares Leiva, Fabio Rodríguez y quien suscribe decidieron emprender tamaña empresa. Se lograron los fondos necesarios, después de manguear a Dios y María Santísima y la facultad nos prestó los equipos para hacer el trabajo.

El hogar de los tíos de Óscar Cares Leiva era realmente humilde. Era una casita de “plan” ubicada en Puente Alto, una “población” (como le dicen los chilenos) en las afuera de Santiago. Cuando llegamos nos estaba esperando el tío Luis, todo un personaje. De pelo canoso y bigote finito, tenía un aspecto muy bonachón, ayudado por un físico corpulento y una barriga prominente. Desde donde se lo mirara era un viejo bueno. Don Luis parecía un hombre de barrio cualquiera, pero tenía toda una trayectoria política. Había sido funcionario y colaborador de Salvador Allende y sobrevivió a la masacre de 1973. Don Luis no tuvo necesidad de exiliarse. Decidió quedarse en su país, aunque tuviera que pagar muy caro su pasado político. Para poder sobrevivir hacía algunas changas y debía conformarse con vivir con total austeridad, a sabiendas de que permanentemente estaría vigilado. Una jugada de más y su “suerte” podría cambiar bruscamente.

La tía Margarita era la compañera de toda la vida. También tenía el mismo aspecto bonachón del tío Luis, pero derrochaba dulzura, bondad y humildad. También era de porte robusto y ropas sencillas. No recuerdo haberla visto nunca sin esa cabellera gris recogida y ahorcada por una hebilla. La tía Margarita nos atendía como reyes. Se levantaba antes que nosotros y nos esperaba con un desayuno suculento, puesto que esa sería nuestra única comida hasta la noche.

A la mañana temprano nos íbamos a Santiago y trabajábamos hasta la tardecita. Cuando sabíamos que había material suficiente, regresábamos en un colectivo a la población con la expectativa de la cena. Todos los días le dábamos plata a la tía para que comprara lo que hiciera falta. Muchas veces pienso que eso también los hacía felices porque tenían muchas necesidades insatisfechas. Nuestra presencia les alteró la vida y la rutina de Puente Alto. Cuatro jóvenes, apenas pasados de la adolescencia, se integraban a la familia de un día para el otro. La casa gris, descascarada y húmeda empezaba a tener color y movimiento. Empezaba a tener vida. Luis y Margarita no tuvieron hijos. Por eso nosotros pasamos a ser una “verdadera alegría del hogar”.


En esos casi 40 días que estuvimos en Chile vivimos mil aventuras. Creo que si las describiera una por una, estaría en condiciones de escribir un libro. Rescato una anécdota que es el mejor reflejo de nuestro espíritu osado y de las ganas que teníamos de hacer periodismo de verdad y no a través de trabajos prácticos aburridos como nos daban en la facu.

En una de esas tantas cenas y sobremesas interminables, a Don Luis se le escapó que tenía ciertas vinculaciones con el Frente Patriótico Manuel Rodríguez, el aparato militar del Partido Comunista de Chile que tuvo un fuerte protagonismo en la resistencia armada contra la dictadura de Pinochet. El Frente Patriótico también estuvo cerca de asesinar al dictador durante un frustrado y sangriento atentado en 1986. La reacción de Leonardo fue inmediata. “¿No nos puede conseguir una entrevista con los dirigente del Frente?”.

Solamente la posibilidad de realizar una nota de estas características nos ponía la piel de gallina. Que un grupo de estudiantes de periodismo saliera con una nota exclusiva con los líderes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, en plena dictadura chilena, y a pocos días del plebiscito era para emocionarse. La cuestión es que el tío Luis dijo que se comprometía a hacer algunas gestiones para lograr esa nota. No dio detalles; sólo lanzó el compromiso.

Un par de días después, el tío nos anunció que esa noche llegaría a cenar a la casa un muy amigo de él que quería conocernos para analizar la posibilidad de que se concrete la entrevista con el Frente Patriótico. No nos dijo quién era el hombre, pero evidentemente era un nexo importante. Creo que no hablamos de otra cosa durante todo el día. Esperábamos la visita de ese tipo, como si fuera lo más importante que nos hubiera pasado en nuestras vidas. Y eso que el hombre en cuestión era nada más que un intermediario que nos haría las gestiones finales.

Lo cierto es que el tipo cayó a cenar. El tío nos presentó y hablamos más nosotros que él. En definitiva, el hombre quería conocernos y saber qué gente éramos y si realmente estábamos preparados para hacer una entrevista de esa naturaleza. Pero lo más importante, garantizar que no tuviéramos ningún tipo de riesgo hacia nuestra integridad física. El Frente Patriótico Manuel Rodríguez operaba obviamente en la clandestinidad y la cabeza de sus líderes tenía precio hacía mucho tiempo. Para el gobierno de Pinochet era uno de los trofeos que faltaban en la vitrina de horror y muerte que ostentaba su gobierno.


Algunas pautas habían quedado claras: de hacerse la entrevista se deberían tomar todos los recaudos necesarios para nuestro traslado hacia el lugar donde conoceríamos a los líderes del Frente. Un auto nos pasaría a buscar a tal hora, deberíamos viajar encapuchados para no saber por dónde nos dirigíamos, y otro vehículo nos esperaría a mitad de camino para llevarnos finalmente al lugar de la entrevista. Cada intervención nuestra era analizada por este hombre. Nos escuchaba y estudiaba cada detalle. Realmente sentíamos que estábamos debajo de una gran lupa. Después de la extensa sobremesa, el tipo se fue. Se despidió de cada uno de nosotros con la promesa de que traería una respuesta.

Creo que esa noche apenas pudimos dormir. Con las luces apagadas y en medio del silencio sepulcral de la casa, se escuchaban nuestros susurros. ¿Nos darían esa gran posibilidad? ¿Lograríamos la nota que no habían podido realizar ni las grandes agencias de noticias internacionales?. ¡Cuánta ansiedad!

La respuesta no tardó más de dos días. Muy a nuestro pesar, el tío Luis nos comunicó que “la gente” en cuestión había decidido no concedernos la nota por una muy sencilla razón. Eramos muy perejiles y el riesgo era altísimo. No lo dijo en esos términos, pero nosotros lo entendimos muy bien. Particularmente, me pasó algo extraño al conocer la respuesta. Por un lado vino la frustración, pero también sentí un alivio. El clima en Chile era realmente denso y un par de semanas antes del esperado plebiscito habían asesinado a varias personas en hechos muy confusos.

Los cuatro teníamos mucho miedo, más allá de nuestro espíritu de aventura. Y era miedo en serio, como nunca antes habíamos sentido.

Y si no hacíamos la nota con el Frente Patriótico, ¿con quién la haríamos?.La consigna era hacer un informe distinto al que pudieran tener los miles de medios de comunicación que habían empezado a desembarcar en Chile. Contra ellos no podríamos competir. Pero, ¿qué personaje era desconocido, pero a la vez valioso como para hablar de la dictadura chilena?

Creo que en el preciso momento que debatíamos el tema, entró el tío Luis. Y allí tuvimos la respuesta. El era el personaje que estábamos buscando y nos podría contar miles de cosas con un valor histórico y político muy alto. ¿Acaso no había sido funcionario en el gobierno de Allende? ¿Acaso no sabía más de lo que parecía saber del Frente Patriótico Manuel Rodríguez?

Sabíamos que algunas cosas eran muy difíciles de charlar con el tío Luis, especialmente aquellos temas “sensibles” y calientes, como el del Frente Patriótico. Nosotros estábamos seguros de que él sabía mucho, pero ¿cómo convencerlo de que hable si en más de una oportunidad nos había dicho que no? Encima en una entrevista filmada y grabada.... era impensado. Pero a alguno de lo cuatro se nos ocurrió una idea desopilante. “Pongámoslo en pedo que seguro se va a soltar”.

La estrategia era la siguiente: le diríamos que queríamos hacerle una nota “color” de Chile, contando lo que él más quisiera para llevarnos de recuerdo el material y esa noche serviríamos pisco a rabiar para que el tío finalmente se distienda.

A la tarde, compramos tres botellas de pisco de 40 grados y quedamos preparados para la gran entrevista. El único detalle a tener en cuenta es que uno solo no bebería porque sería el encargado de la filmadora. Los otros tres estarían en la mesa con el tío Luis haciendo las preguntas. Terminamos de cenar muy bien (como siempre) y entre cigarrillo y vasito de pisco comenzamos la entrevista.

Las primeras preguntas fueron banales. Las cuestiones familiares, culturales y hasta paisajísticas de Chile. Los vasitos de pisco (muy chiquitos) se vaciaban rápidamente y el contenido de la primera botella comenzó a bajar. Nosotros nos mirábamos de reojo y a la vez estudiábamos al tío Luis que tomaba y tomaba, mientras comentaba cosas de la ciudad, de la familia y algo (muy poco) de política. Terminamos la primera botella y se vino la segunda. No hubo corte. La entrevista proseguía como si nada, mientras los vasitos de pisco se llenaban y vaciaban a un ritmo vertiginoso.

Leonardo Petricio se mantenía firme detrás de la filmadora esperando el momento justo. El “enano” Fabio, Óscar Cares y yo, seguíamos preguntando, aunque con cierta dificultad, porque los 40 grados de la primera botella se sentían y mucho. Lo cierto es que el tío Luis hablaba y hablaba como si en vez de pisco estuviera tomando agua mineral. No había un solo desvarío ni vacilación en sus respuestas. Todo lo contrario ocurría con nuestras preguntas.

A la mitad de la segunda botella yo no sabía cómo me llamaba y me daba lo mismo el tío Luis que el Pato Donald. Del Frente Patriótico Manuel Rodríguez ya ni me acordaba. Y lo mismo le ocurría al “Enano” y a Óscar. Leo seguía filmando. En un momento dado no aguanté las ganas de vomitar. Pero como la entrevista era sin cortes y la cinta de la filmación corría, pedí permiso y me levanté. Fui hasta el patio de la casa y vomité como si participara en la final del campeonato mundial de vomitadas.

En el medio del patio había una suerte de piletón lleno de agua helada. Ahí metí mi cabeza para tratar de recomponerme. Respiré aire frío de la precordillera y volví a la mesa. Mi “look” había cambiado. Ahora estaba peinado para atrás con la cabeza mojada, los ojos inyectados en sangre y un andar dificultoso. Me ubiqué en el lugar que había dejado en la mesa y me incorporé a la conversación. Cuando miré a mis compañeros, noté que el pisco también había hecho estragos. Los dos estaban casi dormidos y apenas podían murmurar un par de preguntas. El tío Luis seguía hablando fresco como una lechuga.

Entre esa segunda botella y la tercera que finalmente terminamos, salí al patio dos veces más, pero siempre pidiendo permiso correctamente para no arruinar la filmación. En ese momento no sabía que esa entrevista ya era para morirse de risa. Estábamos los tres aprendices de periodistas completamente borrachos, mientras el tío se mantenía firme, como si nada hubiera pasado. Evidentemente el objetivo de ponerlo en pedo a don Luis había fracasado. “Bueno chicos, me parece que ustedes tienen sueño así que yo también me voy a dormir”, dijo el tío con un tono paternal.

Leo se mataba de risa al vernos. Eramos una piltrafa. Particularmente mi aspecto era grotesco ya que en cada salida para vomitar, había metido mi cabeza en el piletón de agua helada y la segunda y tercera vez que lo hice, ya no me importaba nada mi peinado. Tenía los pelos parados y una cara de pobre infeliz que conmovía. Esa noche dormí profundamente y al otro día me levanté con la sensación de que un camión me había atropellado. En la mesa de la cocina, desde temprano, ya estaba don Luis tomando un cafecito. Fresco, como si nada. Durante el día repasamos la entrevista que había filmado Leo y nos reímos hasta llorar. El espectáculo que habíamos dado era realmente gracioso y desopilante.

El lunes posterior al plebiscito en el que finalmente se impuso el NO a Pinochet, regresamos a la Argentina. Habíamos estado más de 30 días tratando de ejercer el oficio que los cuatro elegimos para trabajar toda la vida. Eran los primeros pasos de periodistas que dábamos. No conseguimos la entrevista del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, pero logramos formar un grupo de trabajo que protagonizó centenares de anécdotas como las que aquí relato. Algunas muy graciosas, otras hasta dramáticas.

Lo importante del viaje no fue el plebiscito del que el día después habló todo el mundo. Habíamos tenido nuestro bautismo de fuego. Ya eramos periodistas.


Te puede interesar...

Blog Widget by LinkWithin