"Pues después de toda la carrera pensando en que iba a ser un intrépido periodista he acabado en la tele. Ahora estoy en el departamento de Marketing de Telecinco y en vez de escribir reportajes me dedico a analizar los contenidos y las audiencias. Me he quitado la careta: abandoné los temás serios para poder dedicarme a pleno pulmón a los cotilleos". Nuestro "invitado" de hoy es... Santi Gómez.
"Por cierto, que me he acordado de la historia de esta foto. Me pidieron una para un folleto de la facultad sobre recién licenciados que estaban trabajando. Me daba vergüenza ir con una cámara para que me sacaran una delante de todo el mundo como becario de oro y pregunté a ver si había algún fotógrafo por allí. Me metieron en un despacho y me hicieron un reportaje propio de un consejero delegado... hasta en el precio!! No sé quién terminó pagando la factura... Qué desastre".
Este es el doble desembarco de Santi:
Los hay que debutamos por la puerta grande. En los que somos de Bilbao es natural, porque lo llevamos en la sangre, los demás hacen lo que pueden. Servidor apareció un 1 de julio de 1996 en Radio Euskadi para unas prácticas de verano y recalé en deportes porque nadie más quería ir allí.
Después de los primeros días de aclimatación me invadió ese sentimiento tan propio del principiante de que ya está listo para acometer todo tipo de tareas. Los encargos que me daban no llenaban mis expectativas, ni mis posibilidades: llamadas a frontones perdidos para recabar resultados, seguimiento de los equipos de segunda y tercera división, actualidad del mundo de las traineras…
Así pasaban las semanas hasta que me dieron la oportunidad de hacer algo relacionado con el Athletic: me mandaron a la presentación del nuevo periódico del equipo. Allí me planté con mi bloc, grabadora, micrófono y todo el equipo necesario. Incluso el cámara de ETB me grabó unas imágenes leyendo con gran interés el periódico. Pero aquello era un fiasco: un discurso insulso del presidente y nada más. Una vez cumplido el requisito nos tiramos todos a por nuestra Coca-cola y canapés. Y un rato después decidí que ya había cumplido mi misión y me fui. Aquello fue mi perdición.
Entré en la redacción y mi jefe me preguntó por las declaraciones que acababa de hacer el presidente. “Pero si no ha dicho nada”, respondí. “¡Cómo que no! ¡Se ha puesto a rajar de todos los jugadores! Es lo más importante que ha pasado este verano”… y el reportero de Radio Euskadi se había largado antes de tiempo. No hay palabras para describir el “tierra trágame” que me vino a la cabeza. Menos mal que recuperaron las grabaciones por un colega de otro medio.
A pesar de todo me dejaron entrar en el programa deportivo para hablar del periódico, pero estaba tan nervioso, que me quedé en blanco y sólo se me ocurrió soltar un glorioso “joder” en antena. Para terminar de rematar la faena.
Después de este día, me di cuenta de que ejercer de avispado reportero callejero no era lo mío, así que me tenía que buscar las habichuelas por otraos derroteros. Y la oportunidad llegó cuando nada más terminar la carrera tuve la oportunidad de irme a Madrid a trabajar en un estudio conjunto de Arthur Andersen y la Facultad.
Aparecí una soleada mañana de julio en el edificio Windsor (sí, ese que se quemó de arriba abajo en 2005) y en pocos minutos me dieron un ordenador portátil y me instalaron en un confortable despacho de la planta 22; me aclararon que no era para mí, pero que sólo se utilizaba por las tardes y de momento podría estar allí por las mañanas. Un rato más tarde entró una secretaria y me preguntó si me molestaba el sol que entraba por la ventana y bajó las persianas. Al cabo de una hora volvieron para preguntarme sí quería que me trajeran un café. Y luego mi jefe me dijo que en agosto se iban todos y que me iba a tener que coger todo el mes de vacaciones.
Aquello sí que era lo mío. Había acertado de lleno en mi nuevo camino profesional. Iba a ser un triunfador. Creo que pocos becarios habrán tenido un primer día tan glamouroso.
Como es de suponer aquello fue un espejismo breve. A la vuelta de las vacaciones el dueño del despacho se hartó de tener un ocupa gorrón y me echaron. Fue mi perdición. Una vez que perdí mis privilegios todo el mundo me identificó como el becario y la lista de tareas varió llevar cafés, hacer fotocopias, recados en la otra punta de Madrid... Incluso estuve a punto de hacer un viaje en avión a Santander para recoger un sobre, pero se lo encargaron a otro más fiable.
Eso sí, aprendí un montón de cosas. Y puedo decir que yo estuve en el edificio Windsor. Por cierto, tenía unas vistas preciosas de Madrid y ver los atardeceres en otoño era una gozada.
1 comentario:
Recién me entero por San Emeterio de la existencia de este blog y mi comentario llega con más atraso que un Oscar honorífico, pero -por si llegás a entrar de nuevo a chusmear si a alguien le interesó tu entrada, te confieso que me partí de risa, como con todas tus anécdotas. Hay que saber contarlas nomas. Un fuerte abrazo austral.
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