sábado, 24 de abril de 2010

Desembarco en la profesión (6)

A Sergio Sotelo, pura vocación, la vida le ha llevado hasta Estados Unidos. En Guayaquil y en Buenos Aires también dejó su impronta. Aunque sus primeros pasos los dio en El Mundo.


Quizá resulte chocante, pero la remembranza de mis primeros pinitos profesionales en El Mundo tiene que ver con detalles bastante prosaicos. Más que otra cosa, con el escaso comfort de una redacción a la que llegué tras unas pruebas tan concurridas que antes de empezarlas ya nos habían desalentado a la mayoría de los aspirantes. Una competencia que incluyó un ejercicio de redacción contra reloj y un "trivial pursuit" de actualidad de ésos que ponen en aprietos hasta al editor más leído.

Algunos colegas acostumbrados a menos lujos dirán con razón que la cancha de paddle donde, aseguraban entonces las malas lenguas, "Pedrojota" obtenía ciertas confidencias de políticos y empresarios, otorgaba a las instalaciones una singular distinción. Sin embargo, lo que indistintamente aflora en mi cabeza al rememorar aquellas prácticas veraniegas es el aire desangelado del cuartel de la calle Pradillo.

Varias decenas de escritorios dispuestos sin demasiado concierto, en una sala con una pésima iluminación y peor ventilada, con una decoración desabrida y un mobiliario insuficiente… Lo cierto es que esa atmósfera inhóspita la he seguido sufriendo muy a mi pesar. Tras el verano de 2002, donde rara vez los tres becarios de Nacional recibíamos de nuestro redactor jefe una encomienda más desafiante que la de acudir a las ruedas de prensa de Izquierda Unida –si acaso la de contabilizar para la columna de breves el número de ilegales náufragos en el Estrecho que notificaban los teletipos de Efe y Europa Press–, he formado parte de otra media docena de redacciones. En todas, por más que con el tiempo haya conseguido subir algún peldaño en el escalafón, he debido conformarme con similares comodidades. Son muchas las personas dentro de este gremio sin celo corporativista, tan poco solidario con las reivindicaciones ajenas, que sostienen que no existe prueba más concluyente de que el periodismo es una ocupación vocacional que el peaje que están dispuestos a pagar quienes lo profesan.

Ya se sabe: los magros ingresos, las jornadas que se extienden hasta la medianoche, los sábados y domingos "laborables"… Tal vez sea hora de advertir a los estudiantes de Periodismo que deberán asumir un entorno laboral poco amigable como uno de los sacrificios de la profesión.

Pero no quisiera pasar por pesimista. Estando en la redacción de la calle Pradillo advertí algo que más tarde corroboraría en el Diario de Navarra, el Expreso de Guayaquil o La Nación de Buenos Aires. A diferencia de los sueldos mileuristas o los horarios inconvenientes, la incomodidad de las redacciones resulta bastante más sencilla de eludir. Esto lo fui barruntando al seguir la pista a los cronistas de "Pedrojota" que aspiraba a emular. Al tiempo que descubría sus "modus operandi", la labia que se gastaban algunos redactores en las conversaciones telefónicas con sus fuentes o lo voluminoso de las agendas de mano de ciertos seniors, reparé en una coincidencia curiosa. Los mejores periodistas eran los que acostumbraban a llegar tarde a la redacción y los primeros en recoger sus bártulos a la hora del cierre. No soy tan ingenuo como para obviar que no había entre ellos quienes se quedaban pegando la hebra en el restorán tras el almuerzo, alguno –recuerdo– muy aficionado al orujo de hierbas. Pero me consta que había quien pasaba la jornada recorriendo juzgados y ministerios con evidente provecho.

Desconozco si la querencia al callejeo de los buenos periodistas deriva de su profesionalidad, su claustrofobia o sus simples ganas de perder de vista la redacción. Ignoro si la perspicacia empresarial de los propietarios de periódicos les ha hecho darse cuenta de que las redacciones inhabitables, en la medida en que fuerzan a sus cronistas a pasar tiempo "extramuros", que es donde se cuecen las noticias genuinas, mejoran el producto. Como lector, estoy convencido de que las firmas a las que merece la pena seguir la pista día tras día en el papel, las que de verdad informan y emocionan, suelen ser de gentes que parecen ubicuas. Gentes muy aficionadas a hacer kilómetros sin el recurso del GPS.

Lástima, desde luego, de las horas de diletante que pasé en Pradillo 42.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sergio!
Aquí la tercera becaria de Nacional de la cosecha 2001. Comparto lo que dices y lo que más me preocupa de todo es que ahora estoy en una redacción peor iluminada y ventilada que esa ;)
Un beso!

Ruth

CLAUDIA dijo...

Quiero ubicar a SERGIO SOTELO, tienen algùn correo y/o telefono

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