sábado, 20 de marzo de 2010

Desembarco en la profesión (1)

Arrancamos esta serie con... Miguel Ángel Jimeno. Hemos pensado que nada mejor que dar ejemplo para animar a los cientos de periodistas que siguen el blog a que se sumen a esta iniciativa. Así que allá voy:

Mi desembarco en el mundo profesional sucedió un año antes de terminar la carrera, en 1988. Han pasado varios lustros, pero me pasaron tantas cosas, que recuerdo esos meses en Diari de Tarragona como si fueran ayer. Comencé mi vida en aquella ciudad —animado por el magnífico Toni Coll, un director un pelín despistado, que pensaba que aquel bloque de apartamentos tan céntrico y con fama de barato era la mejor opción para un recién llegado— haciendo noche en una casa de citas y la terminé cubriendo el asesinato de una niña a manos de su padre, un tal Miguel Ángel Jimeno…

Las 20.000 pesetas mensuales que me pagaron consiguieron un verano en números rojos, aunque esa primera noche-madrugada —salí pitando del garito a las cuatro y pico de la mañana, maletón a cuestas— fue barata, porque acabé tumbado en el banco de un parque hasta que me despertó un chucho que paseaba por ahí a las seis y poco de la mañana.

Para el incrédulo, para el que no se crea que esta es la profesión más apasionante, dejo varios sucedidos de aquellos setenta y pico días:

Historia 1. El día antes de iniciar oficialmente las prácticas deambulada yo por la Redacción —no tenía dónde caerme muerto…—. A eso de las nueve y pico salió el director del despacho, me miró, se acercó y me soltó un “¿quieres estrenarte?”. Le acababan de contar que se había muerto la abuela de Tarragona. Glup. Vete a su casa a las diez de la noche, llama al telefonillo, anuncia que eres del Diari… Menudo panorama. Imaginaba un velatorio. Aún no había llamado al timbre y ya se escuchaba cierta algarabía. Cuando me abrieron, una veintena de personas cenaba en un gran salón. Los parientes.

—Pasa, pasa. Siéntate, majo.
—Pues venía a…
—Claro, por lo de la abuela. La enterramos ayer. Pero come algo. Así que del periódico.
—Sí, del Diari. ¿Tienen alguna foto de doña Monserrat?
—Claro, majo. Pero de aquí no eres, ¿no?.
—Pues no, de Pamplona.
—Qué dices. Oye, que es de Pamplona. Muchos de nosotros venimos de Pueyo. (Pueyo es un pueblo cercano a Pamplona).

Y nos dieron las once, las doce, la una. Hasta que sonó el telefonillo.
—Quién llamará a estas horas.
—Que soy del Diari. ¿Está por ahí Jimeno?
—Que te pongas.
—¿Sí?
—¿No sabes la hora que es? Está todo el periódico en la rotativa menos tu página…

Era Moisés, el capo de Cierre…

Historia 2. Pasaron los días y un sábado el director me pidió si podía cubrir el domingo, que libraba, una macrorueda de prensa de una sociedad protectora de animales internacional. Pues claro. Y allí me fui. Un auditorio, un montón de personas en la mesa presidencial para criticar las corridas de toros y ni media docena de periodistas. Me senté en la quinta fila, en la butaca 503. No llevaban ni diez minutos colocando su alegato cuando entró la policía. Aviso de bomba. Desalojo. Todos menos yo. El paquete sospechoso estaba bajo mi asiento. Es la imagen más parecida a la famosa secuencia del retrete en Arma Letal.
—Tú tranquilo.
—No se preocupe.
—Tranquilo, chaval.
—Que sí, que estoy tranquilo.

Al cabo de unos minutos, un poli sacó una caja de galletas llena de cables. No había bomba. Una gracieta para reventar la rueda de prensa y yo como protagonista…

Historia 3. Semanas antes de esta aventura, el director quiso compensar su metedura de pata con el alojamiento y me invitó a comer. ¿Te apetece ir al puerto o a un chino? Al puerto de cabeza, pensé. Pero, obvio, no le iba a imponer el lugar, así que “donde tú quieras, Toni”. Al chino… No me hace especial gracia esa comida, así que apenas probé bocado. Aún quedaba el postre cuando el director me dice que se tenía que ir, que había quedado con el dueño del diario. Pues nada, gloriosa comida. Tenía tanta hambre, que caminé un poco, me meti en un bar y pedí un bocata de tortilla de patatas. Y en esas estaba cuando entraron a cafetear el director y el dueño del diario...

Historia 4. Qué vergüenza. Lo bueno es que el director pilló la indirecta y a los días me invitó a visitar el Monasterio de Poblet. Salimos a media mañana de un domingo para llegar bien, pasar en Poblet unas horas y regresar a tiempo a Tarragona, pues un amigo suyo celebraba su primera misa en la catedral a las siete de la tarde. Buen plan. Salimos y al rato paramos en una gasolinera. Depósito bien lleno. Al coche. Arranca pero no avanza. ¿Problemas? Problemón: un depósito lleno de gasofa equivocada. Y el de prácticas a vaciarlo con una pajita. Se puede imaginar el olor que desprendía. Era tanto, que —llegamos cinco minutos empezada la ceremonia— nos convertimos en la atracción del besamanos. El recién ordenado hizo una mueca que aún recuerdo.

Ese fue el final de aquel día. Pero en el durante pasó algo único. Una exclusiva nacional, nada más y nada menos. Como el vaciado del depósito llevó su tiempo —sus horas, más bien—, el dire me invitó a comer en el restaurante de la gasolinera. Estábamos solos. Había un gran ventanal que daba al parking y hacía un calor de narices. Lo recuerdo bien, porque estábamos en el segundo plato y vi que aparcaban fuera tres cochazos. Y que se bajaban tipos fornidos. Y que de uno de los coches descendía uno de más edad… con gabardina. Se lo comenté a Toni. Entraron al comer. Y el de la gabardina se sentó en la mesa de enfrente. Y le dije a Toni: “ese tipo lleva peluca”. “Qué me dices”. Lo tenía a cuatro metros y le miraba y remiraba.
—“Oye, Toni, que es, sí, ¡joder, que es Ruiz Mateos!

Llevaba fuera de España meses, huido de la Justicia.
—Pero cómo va a ser Ruiz Mateos.
—Que sí, Toni, que es él.

Me levanté y me acerqué.
—Perdón, es usted Ruiz Mateos, ¿verdad?
—Así es.
—Soy Miguel Ángel Jimeno, del Diari. Y estoy comiendo con el director.
—Después de comer me entregaré a la Policía. Hoy no voy a hacer declaraciones, pero mañana la primera entrevista será para ustedes.


Historia 5. Qué desembarco en la profesión. Sobreviví a una bomba, a tener en la boca decenas de litros de gasolina, a un incendio... Acabo con él, porque es otra historia para no olvidar. Por desgracia, en agosto hubo el típico incendio potente cerca de Salou. No recuerdo dónde, pero sí que ese día fui a trabajar todo vestido de blanco y que allá me enviaron. Aparcamos en mitad de una urbanización. Humo. Llamas en cercanías. El fotógrafo —Lluís Millán— que se va a tirar fotos y yo que tomo notas y que creo oír un “help”. Imaginaciones. El humo a más. Y el fuego a menos distancia. Y el “help” real. Avanzo una decena de metros y me encuentro al “help” delante: una señora en la puerta de su chalet, llorando, diciendo “help” y señalando la casa. Qué panorama. Allá me lancé.

No veía ni torta. Y el humo podía conmigo. Salí a toda pastilla. La señora más “help” y el fotero con ella y diciéndome que había que salir pitando. De perdidos al río. Mira que si me muero aquí dentro. No veía nada. Pero escuché un “miau”. Otro “miau”. Entré en la cocina y allá estaba, en el fregadero, el “miau” de la “help”. Lo pillé y no sé cómo, pero salí. Casi mato a la vieja. Un gato. Llegué al Diari vestido de negro y tosiendo. (Al día siguiente, a media mañana, Toni Coll me llamó al despacho. Estaba con la señora. Quería darme las gracias y pedirme unas palabras para la crónica que estaba escribiendo. Era una ilustre periodista del Times…)..

Estas y otras cosas recuerdo de mi primera experiencia profesional. Y eso que aún no había pasado ni una semana de mis prácticas cuando un redactor veterano me llevó a un aparte para decirme: “Oye, tú tranquilo, que esta profesión es muy larga y no hay que desgastarse en el primer verano…”.

8 comentarios:

JD dijo...

Miguel Ángel: la historia del teatro, años después, podría servir para un corto de los de Audiovisual. "Butaca 503".

tanco dijo...

Qué bueno, MAJ, grandes carcajadas has despertado!
-No te pega vestir de blanco.
-Te pega estar tan pancho con una bomba debajo.
-Gran uso del sustantivo "sucedido", me la importo, que hace mucho que no la uso.
-Mira que dejar la calle... imperdonable.
Un abrazo grande y gracias!

Anónimo dijo...

Jajaja!!! En dos palabras, im-presionante!!! Me sumo a la petición de que dejes las aulas y vuelvas a las redacciones. Un fuerte abrazo, che

Ricardo dijo...

Pues mira por dónde que yo te conocí entonces. Escribí algunos articulillos (malos, malos) en el Diari. Me parece que el director del Diari -qué gran persona- nos presentó. Te seguí un poco la pista. Y desde hace un año te leo en este magnífico blog. Usaré esta simpática entrada para entusiasmar a mis alumnos de Bachillerato que quieran dedicarse al Periodismo. Un abrazo

armstrong.freelance dijo...

Estimado Miguel Angel Jimeno, he acabado de leer lo que cuenta en este post y aunque no pueda verme estoy emocionado tecleando y comido por la envidia de no poder ejercer una profesión que me habría hecho el tipo más eufórico del mundo. Me ha encantado su narración. Ya tuvo usted suerte con lo de Ruiz Mateos y con lo de la inglesa.
Estoy verde de envidia, pero de envidia sana. (Tengo que hacer algo, quiero volver a ver BUENAS NOCHES Y BUENA SUERTE) y quiero leer más historias como ésta.
Enhorabuena, felicidades, vaya suerte vivir el periodismo así.
Un abrazo,
armstrong.freelance

Leire dijo...

¡Enorme! Jo, qué montón de aventuras. Me ha encantado lo de "el miau de la help", jaja. Quiero más entregas de desembarco en la profesión.

Anónimo dijo...

Estoy convencido, Miguel Ángel; lo tuyo con el periodismo y con el destino en general es de traca. Estoy deseando ver más entradas de esta serie, incluso alguna experiencia que sea desastrosa.


Un saludo,
Asier

Catalina Espino dijo...

Cinco años después y algunos meses más, me he vuelto a reír... y emocionar. Es una profesión que no se paga.

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